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Una conversación amena

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Editorial: Costa Rica se queda sin mundial

La eliminatoria rumbo al Mundial 2026 terminó siendo un espejo brutal de la realidad del fútbol costarricense. No fue mala suerte. No fue un par de partidos desafortunados. Fue el resultado de un proceso que nunca tuvo orden, nunca tuvo estructura y nunca tuvo el liderazgo necesario para sostener una clasificación que, sobre el papel, era la más accesible de la historia.

Costa Rica llegó a esta eliminatoria sin una base, sin una idea consolidada, sin un once que se repitiera siquiera por convicción o coherencia. Cada convocatoria parecía un borrón y cuenta nueva, como si se partiera de cero una y otra vez. Y cuando no existe un esqueleto futbolístico, cuando no hay sociedades construidas ni automatismos trabajados, lo que aparece en la cancha es justamente lo que vimos: un equipo improvisado, sin identidad, sin rumbo.

A eso se suma un problema igual de grave: la actitud. Hubo jugadores que, en varios momentos, dejaron la sensación de que no entendían la magnitud de vestir la camiseta de la selección. Gestos, declaraciones y actuaciones que transmitieron desinterés por lo que piensa la afición, como si el peso de la camiseta fuera un accesorio y no una responsabilidad.

Y es ahí donde hay que empezar a repartir responsabilidades, sin filtros y sin protecciones.

Primero, los federativos.

Las decisiones dirigenciales fueron malas desde el principio. Se improvisó con procesos, se apostó sin criterio, se corrigió tarde y se creyó que la Selección podía navegar sola únicamente por historia. En una eliminatoria tan corta y tan directa, ese error fue letal.

Segundo, el técnico.

Miguel Herrera nunca supo qué quería proponer. Sus ideas cambiaban partido a partido, sus alineaciones parecían caprichos y sus decisiones tácticas nunca construyeron nada. No hubo un modelo, no hubo lectura de momentos y no hubo autocrítica. Así no se compite en un clasificatorio; mucho menos en uno que exigía claridad desde el primer día.

Tercero, los propios jugadores.

Muchos actuaron como si fueran intocables. Como si el puesto estuviera garantizado por apellido y no por rendimiento. Y al final, en medio del caos, se terminó recurriendo a los “rayados”: Keylor Navas, Celso Borges, Joel Campbell, Kendall Waston… jugadores que dieron todo por esta camiseta, que sostuvieron a la Sele por más de una década, pero que ya no están en la cúspide de su rendimiento. No es culpa de ellos; es culpa de un fútbol que los dejó solos, sin relevo y sin competencia real.

Y aquí hay que hacer una pausa para hablar de Keylor Navas.

Una vez más, Keylor fue el hombre diferente. El único que, incluso en medio del naufragio, mantuvo el nivel competitivo que exige la élite mundial. Respondió, sostuvo, salvó y volvió a demostrar por qué es el mejor futbolista en la historia de Costa Rica. Pero su grandeza también expone la realidad más incómoda: dependemos de él de manera insana. Y esa dependencia, a estas alturas de su carrera, es insostenible. Keylor fue luz en un equipo lleno de sombras, pero tampoco podía hacerlo todo. Ni él, con su jerarquía inmensa, podía rescatar a una selección que hace rato dejó de rescatarse a sí misma.

Y ese es el punto que duele con más profundidad: la crisis no está solo en la mayor, está en las bases.

Lo que se ha trabajado en selecciones menores ha sido insuficiente, errático y sin un norte formativo claro. Las generaciones se acabaron. Los líderes naturales se acabaron. Y hoy no hay un futbolista joven que pueda decir con autoridad: “yo me echo esta selección al hombro”. No por falta de talento, sino por falta de estructura, procesos y visión.

Esta eliminatoria no se perdió en un partido; se perdió en años de mala gestión. Se perdió cuando se priorizaron intereses sobre proyectos. Se perdió cuando se confundió el legado con la garantía. Se perdió cuando dejamos de formar futbolistas capaces de competir de verdad al más alto nivel.

Por eso, este editorial no busca consolar; busca despertar.

Costa Rica no quedó fuera del Mundial por casualidad.

Quedó fuera porque el fútbol nacional lleva años apagando incendios en vez de construir cimientos.

Si este fracaso no se analiza con honestidad, la historia se repetirá.

Y si no se toman decisiones estructurales, la Sele no solo seguirá perdiendo eliminatorias, seguirá perdiendo identidad, respeto y futuro.

La clasificación no se escapó: la dejamos ir.

Y ahora, por primera vez en mucho tiempo, hay que aceptarlo sin excusas.